por él con la pureza que fué el distintivo de toda su vida, no le impidió seguir presidiendo la Cámara de los diputados de la nación; pues las Cortes, dándole una prueba de cariño, declararon que no solo era compatible el cargo de tutor con el de diputado, sino con la presidencia que continuó desempeñando. Gratas, gratísimas debian ser estas distinciones para quien, como él, miraba como su profesión el ser diputado. «Yo» decía él mismo, «como hombre público, nací en las Córtes; treinta y un años hace que de la oscuridad en que estaba fui elevado á ser diputado: puedo decir que vivo en ellas, porque si bien es verdad que ha habido alguna interrupción, yo en mi espíritu, en mi corazón, fui diputado, porque no vi nunca que la nación me hubiera desechado de aquel modo que yo creia necesario para considerar que me repudiaba.» Cuando á consecuencia de la desunión del partido progresista se presagiaba que la reacción volvería á enseñorearse de España, Argüelles renunció la tutela de la reina, retirándose á su modesto hogar, con el corazón afligido ante los sombríos horizontes que presentaba el cielo de la libertad. Su salud, ya delicada de suyo, fué debilitándose por grados hasta el momento de su muerte, ocurrida en Madrid el 26 de Marzo de 1843. Produjo tan triste acontecimiento una consternación general, viéndose entonces cuánta era su popularidad y el respeto que gozaba hasta entre sus adversarios. Unicamente el entierro de nuestro querido y nunca bastante llorado Calvo Asensio se pareció á los funerales de aquel noble y virtuoso patricio. Madrid en masa acudió á darle su última expresión de amor y de respeto, leyéndose en todos los semblantes el duelo de las almas, la profunda aflicción que en todos los corazones despertara la pérdida de Argüelles. Entóneos se apreciaban y admiraban los inmensos servicios prestados por tan constante y decidido adalid del progreso á las instituciones liberales; entóneos enmudecía la envidia, y se levanta^ ba el sereno espíritu de imparcialidad para tributarle los, aplausos que son el merecido galardón de la virtud. El talento de la elocuencia no hubiera bastado á conquistar á Arguelles tan unánime apoteosis, si á la par de la brillantez de sus dotes oratorias, no hubiera probado el insigne patricio su grandeza de alma, su perseverancia, su incorruptible fé, su nunca des-